
Remontémonos a siete siglos atrás y en la antigua Konya (Turquía) nace un movimiento sufí (místico), basado en el respeto, la tolerancia y el amor. Hombres normales que siguen la doctrina del filósofo y poeta Mevlana. Hombres que hacen del sama (giro) la unión del cuerpo y de la mente para llegar a través de esa meditación al Ser Supremo.
Y yo, siete siglos después, como una privilegiada, me encuentro sentada en medio de un silencio reverente en una caravasar (posada) de la antigua ruta de la seda en la ciudad de Konya. Silencio. Están prohibidas las fotos y cámaras de video porque no es un baile folklórico, es una manifestación religiosa a la que vamos a asistir.
Van apareciendo los derviches con una túnica negra que los cubre y representa la muerte del ego y un gorro cilíndrico alto (sikke) de color beige. Debajo llevan una falda y camisa blancas unidas por una faja negra en la cintura.Son los músicos y el coro (mutrip) con instrumentos de música.
A continuación entran los derviches (los samazenes) y acompañados de la música empiezan a caminar en círculo saludándose de dos en dos. En un momento determinado cinco de ellos se quitan la túnica y comienzan a girar sobre sí mismos.
Brazos cruzados sobre los hombros representando la unidad con el Creador. Los brazos van bajando y vuelven a subir poco a poco. Tocan el gorro hasta que lanzan las manos al aire, al infinito.A continuación una mano se dirige hacia ese infinito y la otra hacia la tierra formando con su cabeza ladeada una vertical por la que fluyen los dones que el Uno, el Creador, otorga a los derviches para que los hagan llegar a la tierra.
Y giran, y giran. Todo desaparece para ellos, todo salvo ese interior que va creciendo ante nuestra vista. Vista y corazón que les acompaña en esa semá.
Es imposible no compenetrarse con ellos y tú desde tu lugar vas olvidando tu cuerpo para convertirte en un semazen más y la energía va entrando en tu alma y tus brazos se elevan y tu cabeza se ladea. Entras en ese círculo que representa la vida, que representa el movimiento del universo, que forma la unidad siempre buscada.
El Dede (el maestro) se pasea entre los semazen y la música que había acelerado sus notas va bajando la intensidad. El alma ya serenada no necesita girar más.Se interrumpen los cantos del coro y comienzan las oraciones que dan lugar a la finalización del acto místico.
Abro los ojos y vuelvo a la realidad. Por un espacio de tiempo me había convertido en una semazen.
Estamos en Konya... cuna de los derviches girantes.
Malena